Carta nº 7 La Felicidad

Carta nº 7 La Felicidad

Hoy me siento a escribiros con el corazón abierto, con la esperanza de que estas palabras, plasmadas con amor y experiencia, os lleguen como un suave susurro en medio del bullicio de la vida. Quisiera compartir con vosotros algo que considero valioso, algo que va más allá de los años y las generaciones: la búsqueda del verdadero bienestar.

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Apartado Cartas a mis nietos a traves de sus padres

Ahora mismo, quizás sin daros cuenta, vuestra mayor motivación es disfrutar, sentirse bien, vivir momentos de alegría. Y es completamente natural. En esta etapa de sus vidas, la felicidad está ligada a satisfacer necesidades básicas: comer cuando tienes hambre, buscar abrigo cuando sientes frío, encontrar consuelo en un abrazo cuando algo te inquieta. Llorar si algo os incomoda, pedir con palabras aquello que deseáis, y elegir entre los juguetes aquel que más os entusiasma en ese instante.

Todo esto ocurre en un entorno donde os sentís protegidos, seguros y amados, bajo la mirada atenta y el cariño de vuestros padres y de quienes os rodean. Y si observáis con cuidado, veréis que vuestras acciones se mueven siempre entre dos polos: huis del dolor, del malestar, y buscáis el equilibrio, la satisfacción, el placer. Es normal, es el instinto más básico que asegura la supervivencia de nuestra especie.
Escucháis a vuestro alrededor palabras como felicidad, ser feliz, disfrutar, y poco a poco esas ideas se van impregnando en vuestra mente. Vivimos en una sociedad que eleva la felicidad como el gran objetivo de la vida. Sin embargo, solemos entenderla como algo que debe ser constante, casi perfecto, y olvidamos que el dolor y la incomodidad también son parte del camino. Los que os queremos pretendemos cuidaros alejándoos de todo este ruido, sin darnos cuenta de que es fundamental aprender a convivir con estas, a veces, dolorosas  emociones, enfrentarlas y no evitarlas. Esta habilidad sí será una herramienta poderosa para el bienestar futuro, una defensa contra los desafíos que puedan aparecer.

Pero quiero hablaros de algo más profundo. La búsqueda de placer no es algo exclusivo de la infancia. Muchos jóvenes y adultos viven exclusivamente persiguiendo ese placer inmediato, creyendo que eso es ser feliz. ¿Pero de verdad lo es? ¿Es ese instante fugaz de disfrute lo que nos da la verdadera felicidad? Yo creo que no.
La palabra felicidad siempre me ha resultado demasiado grande, demasiado absoluta. Es un ideal que, al ser inalcanzable, termina siendo frustrante. Prefiero hablar de bienestar, una palabra más cercana, más humana, más real. El bienestar es imperfecto, está lleno de matices, de errores, pero es alcanzable.

Para lograr ese bienestar, claro que es importante disfrutar de los pequeños placeres: una tarde soleada, el sonido de las olas acariciando la orilla, una charla sincera con un amigo, una canción que nos eriza la piel, un juego. Todo eso nutre el alma. Pero hay algo más. Un nivel más profundo de bienestar solo se alcanza cuando nuestra conciencia está tranquila, cuando hacemos lo que creemos correcto, aunque no siempre sea lo más cómodo o placentero.
Pensemos en aquellos que, durante tiempos difíciles, como la pandemia, desobedecían las normas solo por buscar diversión, sin pensar en el daño que podían causar. Es difícil imaginar que esas personas, en el fondo, puedan sentir verdadero bienestar. Porque la conciencia, cuando no está en paz, siempre nos pasa factura.

Entonces, ¿qué debemos hacer para alcanzar ese bienestar profundo? La respuesta es más sencilla de lo que parece: respetar las normas democráticas que nos damos como sociedad, incluso aquellas que no nos agradan. Luchar por cambiarlas desde cualquier ámbito donde nos encontremos, aunque sea únicamente con el voto. Cumplir con nuestras responsabilidades adquiridas, desde las más simples, como madrugar para ir a la escuela, hasta las más complejas.

Pero no se trata solo de normas. Se trata también de mirar a los demás no como obstáculos o herramientas, sino como compañeros de viaje. Pensar en los otros, ser solidarios, entender que sus derechos son tan importantes como los nuestros. No podemos vivir bajo el lema de ”¿y de lo mío qué?”. Al contrario, debemos comprometernos con la idea de que todos somos necesarios para construir un mundo más justo y digno.

Por eso, os pido de corazón que nunca seáis cómplices de las injusticias. Que no os quedéis callados ante lo que está mal. Levantad la voz, aunque a veces la afonía os envuelva, porque esa lucha os dará una paz interior que no se compara con ningún placer inmediato. Solo así sentiréis ese bienestar profundo, esa calma que invade el cuerpo y el espíritu cuando sabemos que estamos haciendo lo correcto.
Sé que este camino no siempre es fácil. Pero os prometo que vale la pena. 

Recordar siempre cuánto os quiero.