Desde el primer día de vuestra vida habéis estado rodeados de todo tipo de “algodones”. La temperatura del agua con la que se os bañaba tenía que ser la adecuada a vuestro gusto. La comida, controlada por el pediatra, tenía todos los nutrientes necesarios, incluso alguno más, para que vuestro desarrollo físico estuviese asegurado. Las sábanas de vuestra cuna eran del algodón más suave para que os sintieseis acariciados. Si aparecía el llanto siempre había unos brazos que os protegían y si no se sentían capaces de calmaros había la posibilidad de solicitar la ayuda de un especialista. La cuna más parecía un expositor de juguetes musicales colgantes. Erais y sois el centro sobre el que gira la vida de todos los adultos que os quieren. Incluso os rodean excesos; son tantos los juguetes que os rodean que muchas veces termináis jugando con sus envoltorios, las cajas de cartón. Nos sentimos rodeados de una perfecta armonía y un agradable y enternecedor calor emocional.
Todas estas maravillosas imágenes que me acompañarán toda la vida rechinan en mi cabeza cuando observo otras tan reales y tan vívidas como las que habéis disfrutado y aún disfrutáis
Llevo un tiempo sufriendo el dolor de una espina profunda clavada en mi corazón. Esta espina tiene la forma de unos ojos suplicantes, tristes, ojerosos, pero, al mismo tiempo, firmes y esperanzados. Los ojos de unos padres que arriesgan su vida y la de sus hijos, en travesías marítimas peligrosísimas, con el objetivo de lograr una parte mínima de lo que vosotros, simplemente por nacer en el contexto que habéis nacido, ya tenéis. La imagen de esas madres intentando no ahogarse y aferradas a sus hijos, intentando llegar a tierra firme, a su idealizado paraíso; o la de esos padres, también sujetando con fuerza en sus brazos o a su alrededor a sus hijos, buscando un camino que les lleve a su idealizada salvación. La tremenda imagen de niños con su vida truncada expuestos a la mirada fría, distante, defensiva, rabiosa… de todos aquellos que miramos desde la comodidad de nuestro sofá ante la televisión. Esos campamentos de refugiados, ese ir y venir hacia ninguna parte esperando que alguien les dé permiso para entrar a no se sabe qué lugar y en qué condiciones. Incluso, verse despojados por la policía de las pocas pertenencias que pudieron salvar con ellos. No debes olvidar nunca que vosotros podríais ser cualquiera de esos niños o niñas que inundan la televisión y echa un nubarrón sobre mis pensamientos.
Sin algún momento se os ocurriera preguntarme: “abuelito, ¿por qué sucede todo esto?”, no sabría qué responderos. No soy experto en política internacional, pero yo os diría que hay personas que ponen por delante del ser humano al dinero y al poder. Por eso los gobiernos de los países poderosos se empeñan en dominar las zonas mundiales donde exista petróleo o, lo que es lo mismo, riqueza, lo expliquen o no con otras razones más piadosas. Si hay que hacer guerras, amparándose en cualquier disculpa, se hacen. El objetivo es dominar esas zonas geográficas es tener el poder que permita salir beneficiados siempre, aunque sea destruyendo los pueblos y las historias personales que los sustentan. En definitiva, es más importante para ellos dominar que querer. Por eso el mundo es tan desigual, tan injusto, dominado por unos pocos muy ricos gracias a beneficiarse del resto, los muchos y muy pobres.
Todo esto ejerce una enorme incomodidad en mí. Cuando hablo o trabajo con mucha gente, suelo decirles que hay cosas que caen fuera de nuestro control, y que por definición no las podemos controlar. En estos casos, no deberían de preocuparnos hasta el punto de alterar nuestras vidas. Nosotros, además de sentirnos revueltos por dentro, solamente deberíamos preocuparnos por hacer aquello que cae bajo nuestro control. Este sería nuestro objetivo. Pues bien, bajo mi control está gritar, gritar al viento para ver si llega a algún centro de control mundial y cambie esta situación. Y grito, grito para que también me oigáis vosotros y juntos podamos llegar más lejos. Y gritamos juntos para que nos oigan mucha más gente, y que gritando conjuntamente formemos un coro que grite tan fuerte que silencie el ruido de las bombas.
Bajo mi control está enseñaros a gritar y gritar bien. Y hay muchas formas de hacerlo. Cuanto más preparados estéis, más eficacia va tener vuestro grito. Más poder de concienciar vais a tener. Gritar colaborando con parte de vuestro tiempo o dinero en actividades diversas de ayuda, poneros del lado de la persona frente a cualquier otro criterio, en cualquier tipo de decisión… (No os voy a hablar ahora de algunos tipos de desahucios, ni de sus efectos en niños como vosotros y en sus padres. Preguntar a vuestros padres, hablar con ellos, gritad también con ellos).
Por todo esto, GRITAD CONMIGO, GRITAD FUERTE.