Querido Rodrigo:
(También para Daniela y Marcos, que aún no han llegado a esta etapa del viaje)
En esta noche melancólica, te escribo estas líneas como quien siembra semillas en tierra fértil, esperando que algún día broten en ti ideas y sueños capaces de transformar tu vida y, quizá, también el mundo que te rodea.
Estás en un momento único, que será irrepetible. La adolescencia es como la bruma del amanecer: llena de promesas de luces suaves que lentamente levanta y revela paisajes soleados que antes no veías. Es el tiempo de soñar, quizá dudar, de imaginar el futuro y, sobre todo, de construirlo. Pero permíteme decirte algo importante: ningún sueño se cumple sin esfuerzo.
Estudiar, prepararte, dedicarte con pasión y esfuerzo a aquello que te interesa, es la base para alcanzar la vida que deseas. No importa si tu vocación es la ciencia, el arte, el deporte, la tecnología o cualquier otro camino. Lo que importa es la intensidad con la que te entregas a aprender y a crecer. Porque el talento puede abrirte puertas, pero sólo el esfuerzo constante te permitirá cruzarlas.
Ahora bien, no te hablo de estudiar sólo para sacar buenas notas o cumplir expectativas nuestras o tuyas. Me refiero a aprender para entenderte y quererte tú, para comprender el mundo, para cuestionarlo, para imaginar cómo podría ser mejor. Aprende de los libros, sí, pero también de las personas, de las calles, de tus silenciosos pensamientos y de los viajes que podrás hacer. Vive con intensidad. Ríe, equivócate y vuelve a intentarlo, ama. La vida no es solo preparación, también es disfrute, sorpresa, aventura.
Pero hay algo más. Algo que no puedes perder de vista. Vives en un mundo compartido, en una sociedad con historias, luchas y sueños colectivos diversos. No basta con mirar hacia adelante; también es necesario mirar alrededor y hacia atrás. Comprender la historia de tu país y del mundo es entender de dónde vienes, por qué eres como eres, cómo somos, por qué tenemos derechos que otros no tuvieron ni tienen, y por qué debemos defender principios como la libertad, la justicia y la igualdad.
Los valores democráticos y éticos no son ideas abstractas. Son duras y dolorosas conquistas de tus anteriores, pero frágiles, que necesitan de personas despiertas y comprometidas para seguir defendiéndolas. Personas como tú. Porque ser libre no es sólo hacer lo que uno quiere, sino también respetar la libertad de los demás. Porque ser justo no es sólo exigir justicia para uno mismo, sino también alzar la voz, como te decía en una carta anterior, cuando otros son silenciados.
Y aquí es donde aparece algo fundamental: el altruismo. Vivimos en tiempos donde parece que solo importa el Yo, el éxito individual, pero te aseguro que hay una satisfacción más profunda en ayudar a otros, en ser parte de algo más grande que uno mismo. Espero y deseo que descubras la alegría de dar, de apoyar, de ser solidario. El mundo necesita personas que no solo piensen en sí mismas, sino que también se preocupen por el bienestar de los demás.
No te hablo de cargar con el mundo entero sobre tus hombros. No. Es imposible. Pero sí de no vivir de espaldas a él. Tú cuídate, pero, además, pregúntate qué puedes aportar, cómo puedes marcar una diferencia, por pequeña que sea. Porque cada gesto cuenta. Cada elección suma. Y suma desde ahora mismo.
Así que estudia, sí. Prepárate con todas tus fuerzas para la vida que sueñas. Disfruta, equivócate, ríe y ama sin miedo. Pero también abre los ojos al mundo. Escucha su historia, defiende sus valores y busca siempre ser mejor, no solo para ti, que también, sino para todos.
En tus momentos de confusión, no te aísles. Habla y comparte lo que sientes con quienes te queremos y te respetamos, sin importar la situación.
El futuro es un lienzo en blanco y tú sostienes el pincel. Todos pintan. Pinta tú también con pasión, con fuerza, con verdad y con esperanza.
Con un amor infinito,
Tu abuelo, tu abuela, que creemos en ti (vosotros).